Trahit suaquemque voluptas. A cada uno su senda; y
también su meta, su ambición si se quiere, su gusto más secreto y su más
claro ideal. El mío estaba encerrado en la palabra belleza, tan difícil
de definir a pesar de todas las evidencias de los sentidos y los ojos.
Me sentía responsable de la belleza del mundo. Quería que las ciudades
fuesen espléndidas, ventiladas, regadas por aguas límpidas, pobladas por
seres humanos cuyo cuerpo no se viera estropeado por las marcas de la
miseria o la servidumbre, ni por la hinchazón de una riqueza grosera.