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La primera y la última luz

Cuando se enciende una vela por primera vez, con aquel calor inicial de la llama, las personas aplauden, generalmente dando glorias y elogios a la luz que se enciende.

Pero, como todo en la vida, las personas dejan que las emociones pasen. Cambian y cambian, transformando lo bueno en cosa pasajera, así como la luz de la vela que se enciende por primera vez. Y con el tiempo se olvidan, se olvidan y dejan de ver lo más importante: dejan de ver que, cuando la vela está emitiendo su última luz, cuando la vela está prácticamente terminada, cuando la vela está en aquel pedacito final de su vida, es ahí cuando la vela desprende la mayor luminosidad. Es en aquel momento cuando la vela presenta más luz: la luz de todo un conocimiento, la luz de toda una experiencia, la luz de todo un pasado.

Y las personas no saben ver esa luz. Solo saben ver la luz inicial, la luz del nacimiento. Por lo tanto, la luz del nacimiento inicial, la luz de la primera llama que se enciende es poca, pequeña, comparada con la última, porque para iluminar los caminos de la vida es necesario mucha luz. Mas, para abrir la puerta a una nueva dimensión, para abrir la puerta a otro camino, ahí sí, la luz de la vela necesita ser muy intensa, para romper la barrera de esta prisión en que todos nosotros estamos: la prisión del cuerpo, la prisión de la dimensión, la prisión terrena, material.

P.D. Esta metáfora sobre el amor y la pareja la he encontrado por Internet, jejeje! hoy os he dado una buena paliza.

 Imagen enviada por Ricardo a las 07:25         

 



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