La muerte y el culto a los difuntos
Más allá del hito anual del cambio de estación y de las novedades
gastronómicas, los aledaños del día 1 de noviembre se llenan de misterio
y de culto a los muertos y a sus almas.
Y no sólo en las culturas mediterráneas.
Así, por ejemplo, en las antiguas culturas célticas de Britania y de
Irlanda, la noche del 31 de octubre se celebraba el año nuevo, o
tránsito del verano al invierno, con el festival de Samhain, uno de los
cuatro que marcaban el cambio de estación y en que las brujas británicas
celebraban sus aquelarres (como también lo hacían las vísperas del 1 de
mayo, del 2 de agosto y del 2 de febrero, es decir, siempre 40 días
después de los equinoccios y solsticios).
En el Samhain se encendían hogueras, tanto en Gales como en Irlanda,
Escocia (las samhnagan) y la isla que hay entre ambas, Man.
Al fuego encendido durante el Samhain se le atribuían propiedades
mágicas, y en Irlanda servía para encender los fuegos de todos los
hogares.
Los sajones que en siglo V d.C. ocuparon los territorios célticos
recogieron la tradición del Samhain, que posteriormente transformaron en
el cristianizado All Hallow Even (o "víspera de todo lo sagrado"),
antecedente terminológico y simbólico del actual Halloween (o Hallowe'en),
celebrado con mascaradas en las Islas Británicas e introducido con gran
éxito en los Estados Unidos de América por los emigrantes irlandeses.
Durante esa celebración, que evoca la visita de las almas y el paseo de
brujas, duendes y fantasmas, los niños se disfrazan y van de puerta en
puerta llevando faroles hechos con calabazas vacías y agujereadas de
manera más o menos artística para que se parezcan a una cabeza humana.
Cuando se les abre la puerta gritan "trick or treat", para indicar que
gastarán una broma (trick) a quienes no les den un pequeño regalo (treat),
como dinero o golosinas.
Por lo que se refiere al mundo mediterráneo, los antiguos griegos
pensaban que entre el 1 y el 2 de noviembre Hades permitía el ascenso
hasta la superficie de la Tierra a los espectros de quienes habían sido
buenas personas durante su vida, para que pudieran manifestarse a sus
descendientes y hablar con ellos mediante ruidos. Una creencia similar
perdura en el mediterráneo occidental, donde se visitan los cementerios,
se habla con los muertos, se adornan sus tumbas con flores y se cree que
las almas vuelven desde el mediodía del 1 hasta el mediodía siguiente, e
incluso que descansan sobre las barras de las sillas y que nos hablan
desde el interior de los cántaros.
Y también aquí se encienden fuegos con propiedades mágicas, las
mariposetes de la noche del 31 de octubre, lucecitas especiales que
arden flotando sobre una capa de aceite los días de Todos los Santos y
de Difuntos, y que sirven para señalar a las almas el camino hacia su
casa.
Como las almas de los difuntos volvían en busca del calor del hogar y
para confortarse por la buena acogida que les dispensarían los
parientes, en muchas masías de Cataluña se les preparaba un lecho
caliente por si querían acostarse, cosa que también perdura en muchos
pueblos del País Valenciano, donde era costumbre que el día de difuntos
se hacía la cama de buena mañana, se dejaba preparada con una esquina
semi abierta (la girà) y se iba a 3 veces a misa para dar tiempo a que
las almas pudieran acostarse y descansar.
Las comidas
El inicio del invierno tenía su repertorio culinario particular, desde
los alegóricos buñuelos de viento (recordemos que la palabra ánima
significa viento, en griego) a los más humildes boniatos y calabazas al
horno.
A la comarca del Bajo Segura, en el extremo meridional valenciano,
tenían para los días de "Tosantos y Difuntos" un postre casero hoy en
día casi desaparecido, las gachas de difuntos o de santos, hechas con
harina anisada endulzada con arrope y calabazate.
Pero, sobre todo, dulces capaces de conservarse durante mucho tiempo y
suministrar una fuente de energía fácilmente digerible durante los meses
fríos.
Es el caso de las doblaes de Xixona (pan alargado de pasta floja y dulce
y con almendra sin pelar), del membrillo, de los pastelillos de boniato
y, sobre todo, los panecillos de la muerte mallorquines, predecesores
tanto de los tiernos y densos panecillos de mazapán como de los huesos
de muerto mexicanos.
En Cataluña es tradición comer castañas, boniatos y panellets, dulce
típico de esta fiesta. En Madrid el ritual está en degustar huesos de
santo y buñuelos.
Otras comidas son de carácter más natural: una vez acabados los otoñales
madroños, azarolos, azufaifos o gínjoles, dátiles, codoñas, higos, uva,
lidones, granadas, moras de zarza, serbas e higos chumbos, aparecen, por
Todos los Santos las níspolas y, sobre todo, las castañas.
De hecho, por Todos los Santos las castañas tostadas al calor de un buen
hogar, y las castañeras por nuestras calles, eran uno de los
identificadores de la fiesta y del inicio del invierno.
Per Tots Sants castanyes,
per Nadal torrons,
per Pasqua la mona,
per Cap d'any bombons.
(Por Todos los Santos castañas,
por Navidad turrones,
por Pascua la mona,
por Fin de Año bombones).
En definitiva
Una parte de la humanidad, culturalmente significativa, considera que el
invierno, la estación más lúgubre y fría, la "muerte" de la Naturaleza,
se inicia 40 días después del equinoccio de otoño (22 de septiembre),
con la celebración de una fiesta que llamamos de Todos los Santos.
Es el momento de rendir culto a los muertos, y eso se vincula con a la
vuelta de sus almas durante esos días y a diversas manifestaciones de su
presencia entre nosotros.
La clausura de ciclos económicos o naturales va seguido de la
preparación para la nueva época de penuria, con el consiguiente acopio
de reservas nutritivas mediante la ingestión organizada de alimentos muy
ricos en féculas y azúcares, preparados de forma especial para celebrar
esos días y para conservarse durante toda la nueva estación, el
invierno.